EL PODER DE UNA MAMÁ QUE ORA

Dichosa la madre que ora por sus hijos.

Al ver la vida de los más grandes hombres de Dios en sus comienzos, a menudo te encontrarás en algún cuarto oculto o en una banca solitaria, donde una madre se arrodilló para orar.  Si miras detrás de Agustín, encontrarás a Mónica. Si miras detrás de Spurgeon, encontrarás a Eliza. Si miras detrás de Hudson Taylor, encontrarás a Amelia.  Al mirar a cada una de estas madres encontrarás oraciones fervorosas.

Quienes conocen sus Biblias no deberían sorprenderse. Como la estrella que vieron los magos, las historias de los movimientos redentores de Dios nos llevan a menudo a un hogar donde una mujer, oculta para los grandes de la tierra, acaricia un talón que un día aplastará a una serpiente. En las oraciones de una madre nacen avivamientos y personas se convierten, ídolos son derribados y demonios deshechos, huesos secos son levantados y pródigos son rescatados.

Una y otra vez, antes de que Dios pose su mano sobre algún hombre, la pone sobre una madre que ora por sus hijos.

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